Miércoles, 14 de Febrero de 2001
Clásico y romántico
Canciones Maliciosas no pretende producir ninguna innovación formal ni ideológica, pero tiene la habilidad de lograr un alto impacto emocional en el espectador, y que esto no impida que se desate en nuestras conciencias el sano vicio de la reflexión. El texto del americano Jon Marans (músico devenido dramaturgo con esta obra) se sostiene en la vieja tradición realista del país del norte, y nos revela una fábula universal y eterna. Stephen Hoffman, un ex niño prodigio americano, joven arrogante, contradictorio y atormentado, llega a Viena para tomar clases con el maestro Schiller. El joven se sorprende al enterarse de la directiva de la institución que establece que antes de tomar clases con el “gran maestro”, debe entrenarse como un simple acompañante bajo la supervisión del viejo, misterioso y algo desequilibrado profesor Josef Mashkan. El viejo profesor Mashkan utiliza parte de la música de Robert Schumann (1810-1856), específicamente la compuesta musicalizando los poemas de Heinrich Heine (1797-1856), para enseñarle al joven Hoffman algo del misterio, y la tragedia, de la creación.
Sin lugar a dudas, uno de los hallazgos de la obra es el tomar a la figura del compositor alemán, tanto por su música como por su personalidad, como paradigma del espíritu Romántico; y producir una conmovedora historia cuyo eje es la más trágica de las experiencias que ha tenido que soportar la humanidad en el siglo XX: el exterminio deliberado de personas.
La dualidad es un rasgo característico de la composición de Schumann. Como bien se enuncia en el programa de mano de la obra, la música del compositor alemán es el producto de la lucha de sus dos almas dispares, una tierna, suave y nostálgica y la otra entusiasta, vehemente y fogosa. En este punto (en la dualidad, en la presencia de lo doble) es donde Schumann se encuentra con la rica tradición teatral norteamericana. Una de las cosas que los americanos han hecho (quizás de una manera exagerada) es poner en convivencia dos mundos, aparentemente opuestos, que se necesitan incondicionalmente. Esta estructura se da tanto en la configuración del sistema de personajes de las obras más importantes de Tennessee Williams, como en la construcción de situaciones graciosas de la más rudimentaria serie televisiva. El realismo norteamericano hundió sus raíces en el intento de representar un universo ambiguo, y contradictorio, cuyo pecado es la no-aceptación de las diferencias. Las dos visiones sobre los horrores desplegados en los campos de concentración que representan los personajes de la obra, no son más que dos estrategias diferentes para hacer más soportable el dolor. Esta idea básica le sirve al autor para desarrollar el tópico más interesante que nos plantea el texto: la dialéctica de la memoria, del recuerdo y del olvido. La tragedia que legó el nazismo a la humanidad, la guerra y el exterminio de millones de personas en los campos de concentración, es una realidad que resulta imperioso recordar; y que, a su vez, no se puede recordar continuamente. Jon Marans plantea esta idea de una forma sutil, y utilizando una construcción intimista como recurso para lograr una profunda y directa identificación del espectador. Dos almas atravesadas por la tragedia. El viejo profesor Mashkan que trata, inútilmente, de erradicar los recuerdos tortuosos del pasado; y el joven Hoffman (que si bien no soporto físicamente el horror, lo arrastra como a un estigma) que intenta despertar el fantasma de la conciencia social para que la historia no vuelva a repetirse. Canciones Maliciosas nos presenta dos miradas sobre esta tragedia con el fin de lograr una síntesis dialéctica en el espectador. Jon Marans construye una estructura perfecta en donde el tema del holocausto es desarrollado sin golpes bajos (y de una forma poco explicativa), adoptando un contenido de elevado poder poético. La fragilidad y el engaño de la apariencia, el dolor expresado en las canciones, el juego de espejo (propio del barroco), lo torturante de la creación y del talento, la búsqueda de la esencia (y de la verdad) del espíritu romántico, y la idealización del equilibrio clásico, son elementos que le posibilita al autor desarrollar una historia actual y profundamente necesaria.
Manuel Iedvadni respeta los tópicos más significativos de la obra y construye una puesta cuidada hasta la perfección. El director utiliza, de una manera exquisita, la música como un efectivo elemento dramático, y realiza un espectáculo de alto impacto emocional. La puesta descansa inteligentemente sobre el desempeño actoral. En este punto Canciones Maliciosas nos invita a deleitarnos con las excelentes actuaciones de Hector Bidonde y Juan Manuel Gil Navarro. El primero brinda una verdadera partitura musical que pasa, de una manera orgánica y sin escala, de un estado emocional a otro; y el segundo nos sorprende con una composición visceral que inunda la escena de verdadero espíritu Romántico.
En cuanto a la escenografía, puedo decir que lo decorativo (propio de las propuestas convencionales) y lo conceptual se funden de una manera muy interesante. A nivel plástico se produce un claro desarrollo del tópico de la dialéctica de la memoria y el olvido. El escenográfo Alberto Bellatti (también responsable del vestuario) construyó una serie de paredes realizadas con pliegues que encierran un ámbito minuciosamente decorado. Los pliegues de las paredes operan así como un signo que nos remite a esos pliegues de la conciencia que son capaces de ocultar y revelar al mismo tiempo.
La figura de Schumann que rescata Canciones Maliciosas es la que representa al hombre aturdido, confuso, escindido y contradictorio que lucha (en una competencia profundamente desigual) contra las falsas promesas de la revolución industrial. Sobre el desencanto que produjo el triunfo de la mentalidad burguesa es que el espíritu Romántico levanta su particular imperio de sentimiento y pasión. Los Románticos tienen la plena conciencia de que una sociedad regida por la tiranía de la razón produce monstruos. Monstruos que, desarrollo de la razón instrumental y del positivismo mediante, adquirieron una dimensión insospechada durante el siglo pasado. De esto habla Canciones Maliciosas, y lo hace con un lenguaje conmovedor y de un alto nivel poético.
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