La comedia ha estado ligada desde antaño a la trasgresión. En ella se permitía decir y escuchar lo que en ningún otro género hubiera sido aceptable.
¿Por qué semejante introducción? Justamente para señalar que la posición políticamente incorrecta de Mágica está vinculada con el género en el que se inscribe.
Porque esto es lo primero que habrá que saber: que lo que a algunos les parecerá un objeto ideal para la crítica y para un humor un tanto negro, despertará en otros la frase "De esas cosas no hay que reírse".Esta reseña sólo tiene como destinatarios directos al primer conjunto.
William Prociuk, un joven director y dramaturgo que ya había estrenado una joyita, Biónica, vuelve al ruedo con otra remisión a lo sobrenatural, pero esta vez abreva, además, en un número importante de cuestiones relacionadas con el más acá, desde la infidelidad, las bromas telefónicas, hasta los policías corruptos y las marchas de silencio reclamando por alguien asesinado o desaparecido.
Digamos que no es un grupo de personajes muy normal el que aquí aparece: un hombre que no quiere salir de su casa, y se dedica a "asustar personas por teléfono", su hermana que tiene trato con un guía espiritual e intenta desarrollar facultades paranormales, un par de policías entre chantas y torpes, una mujer ingenua hasta lo máximo posible, entre otros.
Ahora bien: es muy interesante observar que el objeto que funciona como punto de partida humorístico no es lo sobrenatural. Por el contrario, aunque al principio algunos dudan, la propuesta escénica confirma la posibilidad del contacto con los que ya no están en el mundo de los vivos. Es decir: un tema que hubiera sido, trilladamente, blanco del humor, aquí no es cuestionado: la muerta se hace visible para todos (espectadores incluidos) y eso se toma como verdadero en este universo construido.
La muerte se produce por accidente y la noción de responsabilidad es arrancada de cuajo en la puesta en escena. El conflicto mayor tendrá como objetivo hacer desaparecer el cuerpo, con la venia -es cierto- de la propia interesada, es decir, la ¿ex? dueña de ese cuerpo.
Mediatizado por la radio, accedemos al dato de que están buscando a la joven (los otros, los de afuera, los de adentro saben perfectamente que es cadáver y que está dentro de una heladera) y de que hay una invitación para la marcha que se hará en reclamo de su aparición.
Que los que saben dónde y cómo está la muchacha quieran ir a la mencionada marcha, podría parecer un acto de cinismo. No lo es. El modo en el que están construidos los personajes permite comprender que allí no hay dobleces. Que son irresponsables, impunes, pero absolutamente sensibles. Y es en este terreno donde se construye algo más políticamente incorrecto que en la cuestión temática (que lo es de por sí): los personajes son tan queribles que despiertan empatía y el deseo nada secreto de que todo les salga bien. Claro que eso de que les salga bien lo que planean es bastante perverso, sólo para decirlo de manera económica.
Mágica, está construida con una dramaturgia llena de recursos luminosos e inteligentes, con unos actores que se las traen pero, eso sí: no está hecha a prueba de prejuiciosos.