Faros de Color

"Pequeña maravilla llena de inteligencia escénica." (Diario EL PAIS de España) "Un montaje inquietante, divertido, renovador. Un estudiado simulacro de alto vuelo" (Diario LA NACION) "Impresionande despliegue actoral" (Diario EL MUNDO de España) "Magnífico desempeño del elenco" (AMBITO FINANCIERO) "Espectáculo excelente... Una comedia cruel con excelentes actores" (CRONISTA COMERCIAL) "Tres actores de raza de lo mejor de las nuevas generaciones" (TRES PUNTOS) La anécdota de Faros de Color gira en torno a un matrimonio burgués, Jeremías y Rafaela, que al volver de una fiesta, planea y perpetra el asesinato de la pareja de la mejor amiga de Rafaela, Margaret, una singular veterinaria que tiene el cuerpo reconstruido en plástico a causa de un accidente. Mediante el procedimiento escénico por el cual un mismo actor interpreta dos personajes masculinos con la excusa de que son físicamente idénticos, interviene también un cuarto personaje, Carlos (quizá hijo, gemelo, o doble de Jeremías.) El encuentro de estos personajes se desarrolla a lo largo de una trasnoche dilatada en la que Margaret es invitada para sacrificar al perro de la familia. El artificio de prescindir de todo artificio. Faros de Color es, antes que una textualidad escenificada, el resultado de un proceso que nació de la necesidad de realizar una experiencia donde lo actoral ocupase un lugar de privilegio, no con afán virtuosista ni exhibicionista, sino en la búsqueda de una teatralidad. Como directores del proyecto decidimos en primer término reducir la cantidad de personajes al punto de llegar a la ecuación: mínima cantidad de actores para un máximo de aprovechamiento teatral. Esto condujo a la primer decisión del procedimiento escénico. Tres actores para cuatro personajes. La contradicción numérica se resolvió suponiendo que dos de los personajes (en este caso los masculinos) son físicamente idénticos. En cuanto al tratamiento escénico, Faros de Color se propone despojada. Pero no al modo de una economía escénica en cuanto a recursos escenográficos, de utilería, técnicos y luminosos, sino que se ha radicalizado el despojamiento al punto de dejar totalmente al descubierto el espacio escénico. Literalmente no hay nada en el escenario más que sus propias paredes. No hay tampoco, en su reemplazo, mímica alguna. Los tres actores, de pie, transitan una historia donde nada es seguro, despojados de todo artificio posible, instando al espectador a construir un universo (incompleto) en su imaginación. La puesta en escena no termina siendo otra cosa que el ejercicio mental de alguien sentado frente a tres actores. El texto se fue modificando incansablemte a lo largo de los ensayos, no por sugerencia de improvisación alguna, sino por las propias necesidades del establecimiento de este código escénico. Es así como en Faros se unen en un punto difícilmente identificable dramaturgia, actuación y dirección, más aun, se confunden en la medida en que empiezan a ser una misma cosa. El resultado es, sospechamos, un artificio teatral que se percibe a través de la ausencia de artificios, lo cual, unido a los lineamientos argumentales y narrativos, producen un sentido. Sentido que necesariamente nunca fue apriorístico.
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