Tambo

Francisco Unzué y Sáenz Valiente ha muerto. Su familia es la principal sospechosa de haberle clavado un florete en el cuello. Encerrados por la justicia en su mansión, escuchan los discos que les dejó papá. Cantan. Bailan. Mientras esperan que su nombre los salve, siguen exportando vaquitas como si nada.

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