Los clowns y actores Lila Monti y Darío Levin repusieron en el Konex, su espectáculo Cancionero rojo, bajo la dirección y autoría de Lorena Vega. Acerca de la situación de los espacios donde exponer sus trabajos, las instancias en que se encuentran con su clown en esta etapa de la vida y en relación al sueño de una sala propia, se trata esta entrevista realizada en un bodegón del Abasto.
-¿Cuándo fue el primer estreno de Cancionero rojo?
Darío Levin:-En mayo de 2007 se estrenó en el Teatro Absurdo Palermo, de Walter Velázquez, un teatro que ya no existe, que cerró sus puertas porque le quisieron aumentar el alquiler al cuádruple y no se pudo pagar. Una lástima, porque ya estaba bastante equipado y había empezado a ser una referencia como sala, estrictamente de trabajos de clown.
-¿Existen hoy espacios asociados al montaje de espectáculos de clown?
D.L.: -Sólo la sala de Marcelo Katz, pero es un espacio que funciona más como escuela. Para ir a ver teatro no hay.
-¿Por qué los clowns no se ponen salas?
D.L.: -El año que viene vamos a poner una sala Lila y yo.
Lila Monti: -Pero yo no quiero tener teatro en el sentido de programar y volverme loca con los subsidios, sino que la idea es tener un espacio para probar cosas, experimentar y que cada tanto se pueda hacer una función. Walter Velázquez estaba muy triste por el cierre del Absurdo Palermo, pero también es cierto que luego los que estaban allí comenzaron a actuar y a estrenar obras, porque tener una sala te chupa toda la energía.
D.L.: -A no ser que encontremos una persona que se ocupe de todo lo formal...
L.M.: -Todo el mundo se llenaba la boca con la cantidad de espacios y con el florecimiento del teatro en Buenos Aires, pero eso se quebró después de Cromañón. Se cree que a la delincuencia se la combate poniendo millones de policías, cuando en realidad el asunto pasa por otro lado. Así se volvió imposible la ley de habilitación de los teatros. Todo se acorta. Ahora es muy difícil acceder a tener un espacio en regla.
D.L.: -El teatro independiente se convirtió a algo parecido a un teatro comercial, por la cantidad de requisitos que hay que cumplir.
L.M.: -Lo que está bueno es que el círculo teatral argentino no se quedó quieto. La gente sigue poniendo espacios, aunque no sean demasiado públicos, sino clandestinos o semi-públicos.
-¿Creen que no se abren espacios para realizar espectáculos de clown?
D.L.: -No hay espacio para el clown ni en las salas ni en los festivales. La verdad es que existe el prejuicio de la misma gente de teatro, para la cual el clown es una boludez.
L.M.: -En los '90 era una explosión el clown. Si no estudiabas con Cristina Moreira o Raquel Sokolowicz estabas out.
D.L.: -No puede ser que en el Festival Internacional de Buenos Aires no haya participado ningún espectáculo de clown. Sólo en uno de los FIBA hubo un varieté de clown. Después nunca más. Eso estuvo genial. Todo el mundo lo comentó y en los siguientes festivales no se hizo más. Creo que hay una posición tomada al respecto.
L.M.: -Carlos Belloso es un clown, Mariana Briski también. Tal vez lo que haya que hacer es decir que uno es actor y que no es clown. La gente de la movida de los '80 tenía mucho de clown. Creo que el clown debería tener un espacio más legitimado.
-¿A partir del trabajo con Los Papota Payasos Grup decidieron realizar un espectáculo juntos?
L.M.: -Con los Papota teníamos muchos números juntos. Después lo ayudé a Darío, desde la mirada, con su espectáculo Cancionero negro. También trabajamos juntos en Salir lastimado, dirigida por Gustavo Tarrío, en el Teatro Sarmiento. Hubo algo en el camino que se empezó a cruzar y siempre tuvimos mucha afinidad.
D.L.: -Con el Cancionero rojo se afiló mucho el dúo y nuestro mundo de la comicidad.
-¿Con qué ideas trabajaron a la hora de montar el espectáculo?
D.L.: -En el Cancionero negro el formato era el de un recital de canciones de amor y sonetos de William Shakespeare. De ahí surgió una idea caprichosa de hacer una trilogía: el Cancionero rojo iba a ser político y el Cancionero incoloro sobre la existencia. La idea era respetar el trabajo sobre las canciones. En el rojo la idea era trabajar sobre una revisión de todas las canciones revolucionarias del mundo. Dos payasos que cantaran versionando canciones de Chile, Cuba, Italia, China, Rusia y España. Esa propuesta fue cayendo durante los ensayos. La idea de hacer canciones no nos activó tanto, sino que nos interesó investigar sobre el dúo cómico y contar una historia. Se afianzó el dúo y quedaron sólo algunas canciones.
L.M.: -Pero político es. Lo de las canciones le restaba lugar y tiempo al vínculo del dúo de payasos. Porque no sólo se trata del espacio de la canción, sino la idea es ver por qué estos dos payasos vienen a hacer este cancionero.
D.L.: -Así surgió la idea del viaje.
L.M.: -Sí. La idea es que hace muchos años estos dos payasos están buscando un lugar donde descansar y la humanidad no los deja. Por eso van parando en distintos lugares a los que son expulsados.
-Lila: ¿En que instancia se encuentra tu clown?
L.M.: -En un momento mi payasa se escindió. Yo creo que todos los payasos tienen una cara y una contracara que lo vuelven más interesantes. Incluso el payaso más fuerte tiene su contraparte vulnerable. Creo que para bancarme trabajar sobre esas dos caras, finalmente las separé en dos payasas. Son básicamente lo mismo, tienen puntos de unión y desunión. Ellas son Berta y Ute. El mayor punto de separación que tenían era que Ute era más grande y había pasado por el sexo y Berta no. Berta tenía una ingenuidad de niño y la no moral de los niños.
-¿En Cancionero rojo es una mezcla de las dos?
L.M.: -Sí. Porque finalmente todo eso cobró un solo cuerpo y se llama Una.
-¿A lo largo de la vida pueden cambiar de clown?
L.M.: -Sí, totalmente.
D.L.: -Creo que el espíritu es el mismo, sólo que vas envejeciendo.
L.M.: -Depende, un poco, también de la escuela. Si vos trabajas conectado con vos, es imposible que tu clown no mute. Hay algo de la vida que traspasa al payaso.
-¿Como definirían su clown?
D.L.: -Neptuno está muy conectado con el romanticismo. Es medio existencialista profundo. Trata temas sobre la vida y la muerte. Le gusta jugar para poder reírse de eso. También siento que en cada proyecto que emprendo hay algo que se transforma y tengo que apelar a desarrollar otras cosas. Puede tener muchos colores, pero estos son los más fuertes.
L.M.: -Creo que Neptuno es un payaso que parece negro, pero en realidad es una explosión de luz y color.
D.L.: -Es medio punk. Creo que hay que dejarlo andar al clown y que vaya solo. No sé cuánto uno puede controlarlo y eso creo que es lo más lindo.
-¿Y Una?
L.M.: -Una es la fusión de Berta y Ute. No lo pensé, pero pasó. Una está cambiando todo el tiempo. Ahora estoy haciendo un curso con Cristina Martí muy intensivo y están desapareciendo un montón de cosas y apareciendo un montón de otras. Es una niña salvaje, crecida y con tetas. Esta cada vez más primaria, más visceral. Pero a la vez, como tengo una historia de niñita intelectual, culta y leída, creo que mi clown ahora está en una instancia que necesita romper las reglas. Una está festejando cierta libertad, goce y placer y es pícara. Mi primer traje era un vestido cerrado, de novia. Yo tenía acento alemán y era muy estricta. Ahora no tengo idea de adónde va a terminar. Son etapas. El trabajo se va profundizando con el tiempo y la vida.
D.L.: -Mi payaso lo encontré con Cristina Moreira y además ella me dio el traje de punk. Tuvo muy buena mirada. Pero uno se hace ahí en el escenario, no hay caso. Claro que después de tener una gran formación.
-¿Los espectáculos que no son de clown los abordan desde el clown?
L.M.: -Siento que sí. Desde que empecé a hacer clown hubo algo de mí que cambió en el escenario. Una conexión con el público que no podía evitar y algo mucho más relajado y menos solemne. No me puedo olvidar de todo lo que significa para mí el encuentro con la gente. En Salir lastimado no hacía algo clownesco, pero si alguien estornudaba en el público yo lo tomaba.
D.L.: -Cuando somos clowns también utilizamos muchas cosas que vienen de los estudios de teatro. En Comunidad puedo usar muchas cosas del clown, como la escucha, y el estar blando y maleable en escena. Creo que hay elementos del lenguaje del clown que te da recursos muy concretos y palpables para la actuación, más allá de que te dediques o no a esto.
L.M.: -Con el clown, no hay vuelta, porque te encontrás con vos todo el tiempo. Por momentos es muy denso, porque todo lo que tenés para poner en el escenario se relaciona íntimamente con vos. También es muy limpiador. Creo que desde que hago clown soy mejor persona.
D.L.: -Por eso también esta bueno trabajar en otros proyectos, con otro directores, porque te aliviana un poco.
-¿Como ven el panorama del clown hoy en Buenos Aires?
L.M.: -Está creciendo un montón últimamente. Hay cursos, gente que pide supervisión de trabajos y gente que, sea de teatro o no, quiere hacer clown. Parece ser algo más accesible para la gente que un curso de teatro. Por lo menos está ese imaginario, aunque en el fondo no sea así. El clown propone algo íntimo y personal, algo escénico y universal. Si yo salgo en un número a decir que mi novio me dejó, tal vez, eso no le interesa a nadie. Pero si yo salgo desde mi payasa a hablar del abandono, tal vez sea más interesante. Al mismo tiempo, siento que mi payasa tiene más verdad en mí en un escenario, que una actitud social.
D.L.: -A Marcelo Katz le está yendo muy bien ahora. Siempre tuvo una gran constancia. En un principio, en la docencia y ahora más abocado a la dirección.
L.M.: -Sí y también a Enrique Federman. Después, hay un par de grupos interesantes como los Clowns Imprevistos, que improvisan desde una consigna o tema. Hay bastante gente que se está juntando a hacer varieté. En el Teatro Guapachoza se está haciendo bastante clown.